miércoles, 24 de marzo de 2010

La calle de abuelito

A la izquierda se ve la placa y al final, frente a la casa que sobresale estaba la casa, hoy tristemente desaparecida para convertirla en un espacio para el ganado. Allí justo es donde jugábamos al barruche y en la pared pegada a esa casa, detrás de la furgoneta, había un portón grande de hierro que daba al patio de Don Fortunato, el cura. Los chicos le solían robar las brevas. ¡Y qué buenas estaban! Supongo que esas variedades tradicionales se han perdido, aunque espero que no.

Torre de la iglesia antigua de Quintana de Rueda

Placa al doctor Presa Llamazares en Quintana de Rueda, León

Con el barruche



Esta también es del jardín de abuelito. De izquierda a derecha, (creo) Elena, Carmen, (??????) y Ana. Recuerdo que había unos desagües, que eran simplemente agujeros en la pared que daban a la calle, debajo de los bancos de cemento pegados a la verja y nuestra mayor diversión era hacer presas de barruche. Soltábamos el agua por los desagües a la calle y allí hacíamos los fantásticos embalses para retener el agua. Eso sí, sentadas y en cuclillas en el polvo de la calle y entre el barro. "Imaginad como acabábamos". Esa calle se asfaltó siendo nosotras ya muy mayores y ahora es la calle del Doctor Presa Llamazares.

Papá serio ante una catedral

No sé de qué iglesia o catedral se trata pero lo que sí me recuerda el gesto, aparte de quizá un poco dolorido de alguna de sus recaídas, es que siempre tuvo mucho respeto por las tradiciones ec lesiásticas aunque no las compartiera por muchos años. Era serio en las situaciones serias y nunca le oímos reírse de la religión o desprestigiar a ningún sacerdote aunque no practicara en mucho tiempo. Creo que respetaba demasiado a su madre que fue una ferviente católica.
Bueno, lo cierto es que nunca le oímos desprestigiar a nadie. Incluso cuando las actuaciones de alguna gente eran denostadas públicamente, él nunca echó leña al fuego sabiendo mucho más que nadie de la intimidad de dichas personas.

Bendito tú eres entre todas las mujeres

"Cuantos miles de veces le habrán entonado ese dicho". La de la izquierda de papá soy yo y la de la derecha es Carmina, de Logroño, mujer de un compañero de papá que había fallecido (Salvador o Salvita). A su derecha, mamá con abrigo gris y al final de la fila, en pie, Elena. Agachadas de izquierda a derecha Cristina Urbano, la hija de Carmina, Inés y (???????).

Fe Presa Piñán


Tia Fé en el jardín de abuelito. Estaba guapa y soltera todavía supongo. Siempre fue muy presumida e iba muy arreglada, además de tener bastante estilo. En el jardín se ve la enredadera blanca como de "lágrimas" que sólo la he vuelto a ver en un pueblo de Tenerife. Lo de atrás era la huerta de frutales donde había manzanos, perales, ciruelos, cerezos y guindos. Recuerdo que se regaba a manta y se inundaba por completo hasta que nos llegaba a las rodillas. El agua se ponia calentita en verano y allí nos metíamos como si fuera un estanque gigante. También estaban dentro del recinto el pajar las conejeras y gallineros, atrás el portalón para que entraran los carros y la leñera y también detrás, pegado a la pared de la casa, el pilón, donde se lavaba la ropa y nos bañábamos los nietos en verano. Ah, y la panera.

Tia Fe y Tio Ernesto.


Bonita foto invernal. La del abrigo de tiras de zorro es tía Fe, que como era mi madrina me lo regaló con el tiempo. Al lado está tío Ernesto (Dn. Ernesto Prada Campelo) médico también y que fue el que presentó a papá y mamá, según tengo entendido. Si alguien lo sabe mejor que me corrija. Esa foto debió ser tomada en León.

Paseando con un amigo


Si alguien supiera de quién se trata este amigo, me gustaría que incluyera un comentario. Tampoco distingo si es León, Palencia o Valladolid.
Por cierto, que que me acaba de sugerir un detalle la foto. Como caballeros, la señora en el centro. Ahora si te descuidas, se ponen juntos los "caballeros" a hablar de fútbol o de sus cosas y si te apuras tú acabas "trotando" como una china tras ellos. ¡Ah! ¡Qué lástima que se haya perdido tanto la cortesía! A ver si copiais, jóvenes y "jóvenas" ja, ja.

Cenando con amigos


Mámá estáa la izquierda vestida de oscuro, papá enfrente con bigote. Al lado de papá está Toñi, la mujer de Dn. Nazario, otro médico compañero de mi padre y al fondo a la derecha Lucía Panero. No distingo a nadie más

Mapa de corcos con su unica carretera


Ver mapa más grande Sólo tiene dos calles. Calle de la Iglesia y calle Pilón.

lunes, 22 de marzo de 2010

El Páramo. Recuerdos de un médico. Paco Aguado

Estos son los comentarios que hace sobre papá, mamá y Elvirita en la pensión de Madrid que compartieron.

EL PÁRAMO. RECUERDOS DE UN MÉDICO 109
zó un revuelo en el Laboratorio porque una muchacha preciosa
venía buscándome. Todos callaron y espiaban para ver qué sucedía
Aquella monada me traía una tarjeta del antiguo paciente, y
venía para que yo la tratara, lo que como puede suponerse hice
con sumo gusto. Y a aquella paciente siguieron otras y otras, y
llegó un momento en que me hice famoso en la Escuela por las
pacientes que venían en mi busca, y como recibía tantas, y no
podía atender a todas, tuve que comenzar a repartirlas entre mis
amigos ante la perplejidad de los demás que se preguntaban
cómo podía yo tener tantas chicas jóvenes pacientes. Naturalmente,
no le dije a nadie cuál era la causa.
Como en la segunda mitad del curso, yo estaba muy atareado
porque a la vez que hacía el curso, preparaba las Oposiciones
Restringidas de APD, y estaba en una casa de patrona sin calor y
en malas condiciones para poder llevar a cabo mi tarea preguntaba
a los compañeros, pero ninguno me podía indicar otra
mejor.
Sucedió que un día, mi querido amigo Emilio --que a la sazón
estudiaba también Estomatología- me invitó a merendar en la
casa donde él vivía ya casado con su mujer Carmina, pues esa
tarde, venía a visitarles una amiga suya, antigua compañera de
Carmina en el internado del colegio, la cual era de un pueblo de
Salamanca, y su familia, fabricantes de embutidos, y ¡traía unos
chorizos para la merienda!' Excuso decir que acepté ipso facto, y
por la tarde me dirigí a la casa donde ellos vivían en la Calle Flor
Baja, en el centro de Madrid.
La dueña de la casa -la patrona- era una mujer de edad
media muy atractiva y muy simpática. Merendamos magníficamente,
y cuando ya estábamos terminando, entró la señora en la
habitación con un vestido a medio hacer que ella misma se estaba
confeccionando y que llevaba puesto en prueba, y venía a
pedir consejo a la esposa de mi amigo. Esta se levantó mientras
la señora se ponía frente al armario de luna, y comenzó a contestar
a sus preguntas sobre cómo quedaba de largo, de talle, etc.,

FRANCISCO AGUADO RODRÍGUEZ EL PÁRAMO. RECUERDOS DE UN MÉDICO 111

etc. Yo intervine medio en broma, medio en serio, y la di mis consejos
basándome en lo que yo le había oido decir tantas veces a
mi maravillosa madre, que les hacía los vestidos a todas mis hermanas
-y éstas eran muchas-o Total, que la caí muy bien a la
patrona que era simpatiquísima. Me despedí de todos mis amigos
y de la portadora del embutido y me marché agradablemente
impresionado por aquella casa (con calefacción) que aparte
su situación era la residencia de mi entrañable amigo Emilio, y
con una patrona tan simpática, y en la que sólo había cinco
huéspedes.
Al día siguiente, comentando con Emilio en la Escuela, le
dije, cómo me gustaría poder alojarme junto a ellos ya que la
casa era más o menos el ideal que yo estaba soñando y no
encontraba. Y Emilio, hombre extraordinario y de una gran simpatía
-siempre estaba sonriente, jamás le conocí de mal humor- y gran amigo, habló con la señora, la lloró un poco, me hizo una magnífica ausencia, y la patrona compadecida le prometió que a final de mes -faltaban pocos días- mandaría a la muchacha de servicio a dormir a su casa, y habilitaría su habitación para mí. Cuando Emilio me dio la noticia, nadie se puede imaginar la alegría que tuve: Iba a ir a vivir con ellos en muchas mejores condiciones en que lo estaba haciendo entonces.
Hice el traslado, y quedé instalado como me habían prometido en la habitación de la criada, una magnífica habitación no lejos de la cocina. La casa era muy buena, la tenían muy limpia y agradable, y había mucho orden pues en ella sólo vivían como he
dicho cuatro huéspedes, todos personas mayores: Mis dos amigos -el matrimonio- una Srta., la Srta. América y un joven de unos treinta y tantos años llamado Alfonso Sánchez Toimil, que tenía un negocio de maderas en Madrid.
Emilio, había sido compañero mío de carrera, y campamentos, y me unía a él una entrañable amistad. Su esposa Carmina, que esperaba su primer hijo era sencilla, agradable y simpática con avaricia, y con ellos pasé a ser otro miembro de su familia.
La Srta. América, era una mujer que seguramente frisaría en los sesenta. Era de S. Sebastián, alta, delgada y con el pelo ya muy entrecano, que trabajaba en una tienda de la Gran vía.
Debía haber pertenecido a una buena familia (seguramente de una familia venida a menos), pues era muy educada y de modales distinguidos. Tenía mucha gracia cuando sobre todo en las cenas -pues Alfonso no venía a comer- atacaba a éste con el
tema del tiempo de permanencia en el cuarto de baño. El tiempo y las horas de utilización del cuarto de baño, lo teníamos distribuido, de modo que Alfonso entraba el primero, después la srta. América, y luego nosotros por turno, de acuerdo con las horas de salida de casa. Pues bien, Alfonso estaba por las mañanas ¡una hora! en el cuarto de baño. Y la Srta.! América no se cansaba de preguntarle:
-Oiga Vd., ¿me puede decir qué hace Vd. durante una hora
todos los días por la mañana en el cuarto de baño?
Naturalmente el otro se embarullaba, y no aclaraba nada,entre las risas de todos, que cada dos por tres le poníamos en evidencia sin que el se molestara.
Alfonso era gallego. De estatura media siempre muy pulido en el atuendo, estaba en Madrid, "para ganar dinero con su negocio, y no le interesaba nada más". Se pasaba el día en el almacén de maderas que tenía en las afueras de Madrid, y sólo le veíamos
a la hora de la cena, en la que coincidíamos todos los miembros de la casa alrededor de la mesa, y se hablaba al final comentando las cosas de nuestros respectivos entornos.
Los domingos a mediodía, salía arreglado, puesto de punta en blanco para ir a pasear, al Tontódromo, que así se la llamaba entonces a la Calle Serrano donde se hacía el paseo al estilo de las capitales de provincia, pues Madrid entonces tenía 900.000 habitantes, y era como una capital de provincia, amable y un poco más grande que todas las demás del país. Se ponía el brazo derecho plegado a la altura de la cintura, se abrochaba la americana y así volvía, en la misma postura, cuando regresaba

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para comer. Por las tardes, se quedaba siempre en casa, compraba el Marca, el periódico de deportes que en ese día era extraordinario, y cuya lectura le duraba toda la semana. De tal modo estaba influenciado por "la cultura" del Marca, que su
lenguaje era copiado del mismo, y así a mí me llamaba Superclase, y a los otros otros sobrenombres todos copiados del diario mencionado.
Cuando le preguntábamos qué hacía toda la tarde del domingo sin salir de casa, siempre decía:
-"Leer el Marca, y ordenar el armario"
Efectivamente tenía el armario ordenadísimo, como una ursulina, con sus cajitas de botones, sus cajitas de hilos ordenados por colores, sus agujas en los alfiliteros de distintos tamaños.
Era en una palabra sencillo, tolerante y amable, y por supuesto no molestaba para nada a los demás.
De las demás personas de la casa, Emilia -la patrona- una madrileña muy simpática, siempre muy limpia, llevaba la casa con orden y no solía salir durante la semana, hasta el sábado en que Alfonso, su marido, que trabajaba en la Delegación de Trabajo
de Toledo, llegaba para pasar el sábado y domingo en casa. El domingo, lo pasaba en su cuarto sin salir, curando la resaca de la noche del sábado que debía ser -suponíamos- de vino y rosas, y amor por supuesto. ¡Qué encantadora persona!, ¡cómo se interesaba por la marcha de nuestros estudios!. Nunca olvidaré que cuando terminé mis duras oposiciones, por cierto con gran éxito, me hizo acompañarle al café Urzay que estaba en la acera izquierda de la Gran vía cerca ya de la plaza de España, me presentó a sus amigos, gente toda muy agradable, y me invitó a cenar, "para celebrar mi éxito", en el que ellos al facilitarme un alojamiento adecuado, tenían también su parte.
De mis amigos, Emilio y Carmina, no puedo hacer un merecido elogio, porque hay cosas que el cariño y la emoción, obnubilándote, te impiden encontrar las palabras adecuadas. El, un hombre afable, siempre sonriente, de buen carácter, servicial y
112 FRANCISCO AGUADO RODRÍGUEZ

fiel amigo -esto tan difícil de encontrar-. Baste decir (lo que ya dice lo bastante) que es querido por todos los compañeros de Carrera, todos se deshacen en elogios hablando de él, y se consideran grandes amigos suyos. Con él pasé los dos cursos de la Especialidad en una relación fraternal, y su recuerdo me acompaña siempre como modelo de lo que es una armonía perfecta entre dos amigos entre los que nunca surgió el más mínimo desacuerdo, ni hubo la más núnima discusión. Nos reíamos por todo,
tomábamos las cosas con un sentido práctico y remontamos juntos muchos momentos difíciles, con un sentido de camaradería verdaderamente ejemplar.
De Carmina, su esposa no puedo hacer sino alabanzas. Era simpática, afable, sencilla, campechana y abierta. Siempre dispuesta a ayudar, y a dar ánimos. Una compañera ejemplar, con un espíritu noble. Yo creo que era la mujer ideal para Emilio, y juntos constituían un matrimonio envidiable, por las virtudes que entre ambos atesoraban. Su común entendimiento, la naturalidad de ambos, la sencillez y la bonhomia. En fin que no hubiera tenido inconveniente en vivir en su compañía toda la vida
Sucedió una vez, cuando ya estábamos a final de Curso que Emilio tuvo una apendicitis aguda. Le vi al regreso de la Escuela de donde tuvo que salir precipitadamente hacia casa a causa del dolor, y diagnosticado, decidimos que se operaria urgentemente.
Entonces tenía yo una relación muy estrecha con un gran profesional de la Cirugia, el Dr. Lumbreras, que entre otras cosas, era Cirujano de la Plaza de Toros de Vista Alegre, a cuyos festejos Taurinos, le acompañé con su equipo en repetidas ocasiones. D. José, una bellísima persona, todo un caballero, de ésos que se tropieza uno pocas veces a lo largo de la vida, me recibió muy amable, y cuando le referí el objeto de mi visita, que no era otro que operase a mi gran amigo urgentemente, ordenó su Agenda de modo que a la pocas horas de estar con él le operó en la Clínica San Camilo (que existe todavía). Emilio y yo decidimos no decir nada a la familia de su mujer, hasta pasados los tres o cuatro pri-



110 FRANCISCO AGUADO RODRÍGUEZ
meros días, pues su mujer -en avanzado estado de gestación- se había marchado a León, para dar a luz junto a su familia.
Pero el diablo todo lo enreda, y un Representante de Medicamentos, que estaba en la Clínica, cuando Emilio estaba siendo operado, fue casualmente a visitar en León a su suegro que era Médico, y comentando las cosas de Madrid, le contó lo sucedido.
Entonces, sin pensarlo ni un minuto, suegro y esposa, se personaron urgentemente en la Clínica a visitar a Emilio, que ya estaba remontando los primeros momentos del post-operatorio.
Pasado todo, y terminado el Curso, fui invitado a casa de los padres de Carmina, donde tuve ocasión de conocer a toda su magnífica familia, gente encantadora, que me colmó de inmerecidas atenciones.
Fue aquel un período amable de mi vida, y por cierto la patrona de la que mejores recuerdos guardo. Era dura la vida para nosotros entonces, pero nos consolábamos haciendo una pequeña tertulia después de la cena y en aquella ocasión constituimos
un entorno grato, que nos ayudaba a olvidar las miserias y las luchas de cada día.
Guardo los días pasados en aquella compañía, con gran añoranza por lo que me dieron de trato humano comprensivo y de ayuda a mi lucha y preocupaciones de entonces.
Después, tuve que pasar también unos meses en una Residencia Militar durante el tiempo en que estuve haciendo las prácticas de la Milicia Universitaria en Madrid. Había sido destinado en el Regimiento de Infantería León 38, que estaba en la Avenida
de María Cristina -hoy hay allí unos grandes bloques de viviendas militares- Llegamos al Cuartel, doce Alféreces de la Milicia Universitaria, para cumplir los seis meses de prácticas reglamentarios.
El mismo día nos recibió en su despacho el Coronel del mismo D. Emilio Torrente. Era éste un hombre de gran estatura, fornido y muy humano. Nos recibió afectuosamente, deseándonos una grata y fructífera estancia en su Regimiento, y enseguida

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Carmen Presa Piñán. Mamá disparando

Ya me parecía a mí que siempre había sido muy guerrera. De jovencita ya entrenaba.
Esta foto debíeron hacerla con ella muy joven, en quellas partidas de caza en casa de abuelito (Dn. Macario Presa Llamazares)en Quintana de Rueda en que se reunían todas las altas esferas de cazadores con sus jaurías. Aquellas tardes de verano recuerdo que guardaban a los perros en el pajar y aquellos hombres elegantes y bien pertrechados para cazar nos imponían a los nietos que pasábamos el verano allí. Hay otra foto de esas partidas que espero subir pronto. Esta foto parece tomada en la Reguera, la finca de abuelito, al lado de la chopera junto al río.

Gemes despellujadas

Aquí si que no tengo ni idea de quién es quién. Yo solía tener más cara de pan, así que por ese argumento debo de ser la de la izquierda, pero no estoy segura.

Pacita y Ester con niñas


Entrada de Elena.
Las "embelgas" en brazos de Pacita y Esther.
A mí me cuidaba Esther y por lo visto para que no llorase me daba azúcar. Así me dejó los dientes la ......